Poesías Leonlandesas 2

El amor y el peregrino

Enciéndese el faro,
La noche serena
Las huellas de arena
Y el agua del mar

La cima del mundo
El más bello astro[1]
Destella y palpita
En todo lugar

Los rompientes suaves
Los médanos quietos
El cáliz y el vino,
La sed a saciar.

El oleaje fresco
La tormenta cerca
El rayo que irrumpe
Y hace temblar

Dos gotas doradas
El piélago duerme
Y el cayado enclava
El justo lugar

El romero sueña
Un sueño de misa
De mirra e incienso,
de luz y de altar

Descansan las ostras[2]
Los peces voraces[3]
Y calla el madero
El secreto a dar

Zaherida el alma
Observa las rocas
Peñascos dolientes[4]
Que gritan piedad

Guijarros que cuentan
Lejanas pasiones
A la Finisterre
Él viene a orar

El amado sabe
Que su amada espera
Que le lleve un poco,
Un poco de sal.

La leyenda dice
Que él se hizo pez[5]
Y ella una perla
Que tragó la mar.

Violeta Paula Cappella










[1] Cristo
[2] Los peregrinos llevaban el distintivo de una ostra.
[3] La mente
[4] “En cada piedra pon tu conciencia y así cada piedra te hará más grande.” San Francisco de Asís. (Creo que fue él, escuché esta frase en la película “Francisco, Juglar de Dios”.) O desbastar la piedra en bruto como decimos en Masonería.
[5] Optó por el Sacerdocio; el pez como símbolo del Cristianismo. 

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