Cuatro Poesías Leonlandesas

Cuatro Poesías Leonlandesas

A un noble caballero –  JLB


¿Qué pálido sol,
de qué paraje incierto
con elixires de alquimia
te dio áureos reflejos?
¿O es el oro del Rin
enredado en tus cabellos?

¿Qué augustos arcángeles
de las oquedades del cielo
extrajeron semillas
y a tu cuna acudieron?

¿De qué extrañas aguas,
profundas y mágicas,
provienen tus ojos
tan serenos, tan tiernos?

¿De qué rara corteza
de abedules enhiestos
vistieron los gnomos
con delicado esmero
tu espíritu de cuerpo?

¿A qué dios del Walhalla
le robaste la voz,
el más raro acento?

Quisiera poder develar
cada uno de tus misterios.
¿Me permitís? ¿Me dejás pasar?
¿Puedo ser parte de tus secretos?

Quizás no te atrevas...
Bien sabés, que a mí también los dioses
de etéreos ungüentos y hechizos me hicieron.

¿Serán acaso los astros,
los que finalmente decidan?
¿O en magno arrebato
retirarás la casta mantilla
de encaje europeo y perlas argentinas

para vos, por Freya en mi tejida?

Violeta Paula Cappella


Silencio



Silencio en mi mente
Silencio en mi boca
Silencio conciente

Silencio, porque el trabajo aun está dormido


Violeta Paula Cappella


El final



Y al final hubo gritos
Hubo truenos y bichos
Hubo llanto y gemidos
Hubo ahogo y despido

Y al final hubo lío
Hubo farsa y vacío
Hubo astillas y vidrios
Hubo humo y rugidos

Y al final hubo corte
Tijera y cuchillos
Navajas con filo

Y al final hubo ruidos
Sogas y alcohol
Amante con suspiros

Y al final hubo encierro
Fármaco y remolinos
Chat y descuido

Y después hubo sombras
Laberinto y aullidos
Miedo y mosquitos

Y al final de la noche
Hubo lluvia y granizo
Hubo hiel y barro
Hubo ocaso y olvido

Y al final del camino
Hubo ley y libro
Hubo caos y sigilo
Hubo paz y alivio

Violeta Paula Cappella


Okavango


Allí, donde el Okavango va desapareciendo lentamente y el desierto se abre paso secando los papiros y nenúfares; 

allí, donde los bagres terminan sus días y noches en los charcos de barro y los bosquimanos cavan la tierra en busca del metal líquido azulado más preciado bajo la tierra; 

allí, donde los elefantes saben dónde están las gotas de diamante que jamás han reflejado la Luna; 

allí, donde la palabra se hace incomprensible por la distancia entre los hombres que se creen civilizados y los animales que viven y aman; 

allí, donde todo el verde se sumerge en una caverna y se reduce a un pequeño musgo que alguna vez fue una selva virgen; 

allí,  donde muere el Okavango, 

allí, y sólo allí, hace cien años un hombre de Gales del Sur comprendió, 

después de haber oído el corazón del elefante, 

el murmullo del viento entre los pastizales secos y el chasquido de tres sonidos en lengua kx’a, 

que el ser humano moderno es tan sólo un espejismo, 

un método de defensa contra el deseo y hambre de ser hijo nuevamente de la Madre Tierra, 

una máscara que se desgrana cada vez que busca a su hembra y hace el amor, 

ingresando en las raíces mismas del Okavango ancestral, transparente, azul y oculto entre las rocas calizas.

Violeta Paula Cappella




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